SOMOS FRANCISCANOS
La orden religiosa de los franciscanos llegó al Perú poco después
de la muerte de Atahualpa, aunque fue en Quito (1533) donde se construyó el
primer convento. El primer franciscano que pisó tierras peruanas fue fray
Marcos de Niza, y poco después llegaron los padres Jodocko Ricke (nombrado
Custodio para el Perú), Pedro Gosseal y Pedro Rodeñas.
Estos frailes dedicaron grandes esfuerzos en la evangelización de
los indígenas de estas tierras. Ricke, además de enseñar la doctrina cristiana,
enseñó a los indios técnicas de agricultura (arar con bueyes, hacer yugos,
arados y carretas), la manera de contar con cifras, la gramática española, a
leer y escribir, el arte de tocar instrumentos musicales de viento y cuerda, y
otros oficios.
En Lima se construyó el segundo convento de la orden. Poco antes,
hacia 1548, los franciscanos también se habían implantado en Trujillo y Cuzco.
En 1542 llegó al Perú una expedición de franciscanos, conformada por doce
frailes, lo cual dio origen al nombre de la provincia peruana: de los Doce
Apóstoles. Los miembros de la orden franciscana se dedicaron más que nada a las
misiones populares, conviviendo prácticamente con los indios y buscando
transmitirles con su ejemplo la enseñanza cristiana. Esto originó también una
serie de iniciativas orientadas a inculcar la fe cristiana entre los pueblos
aborígenes. Entre estos intentos cabe destacar la obra de fray Luis Jerónimo de
Oré, autor del Símbolo católico indiano (1588), que incluye además una
gramática en quechua y aymara, una descripción geográfica del Perú e
informaciones sobre las antiguas costumbres prehispánicas. Oré es también autor
de un ritual de oraciones en lenguas nativas.
La zona donde Juan Santos empezó su levantamiento tiene una
importancia particular. El Gran Pajonal, ubicado en Tarma, en la selva central,
fue un centro de misioneros franciscanos dedicados a evangelizar a las etnias
selváticas, así como también de algunos buscadores de oro. En esta región y
durante esa época se descubrieron grandes depósitos de sal, que fueron
rápidamente explotados por los españoles, utilizando la fuerza de trabajo de la
zona, con los conocidos maltratos de la mita colonial. También hay referencias
de maltratos por parte de los misioneros franciscanos y sus rígidas reglas, que
además no hacían nada contra los abusos de los empresarios de la sal. Otro
factor de descontento fueron las enfermedades que traían y que diezmaban a la
población aborigen.
Hacia mediados del siglo XVIII los franciscanos habían logrado
establecer unas 32 misiones de trescientos habitantes cada una: en total unas
nueve mil personas. Otro dato importante es que la selva central fue una zona
de constante intercambio de productos y de personas. Principalmente coca,
frutas, madera, sal, algodón y otros productos valiosos. La movilización de
personas de diferentes orígenes se intensificó, ya que los misioneros y
terratenientes llevaban consigo sirvientes y trabajadores serranos, negros y
mestizos. Además de estos grupos controlados, hubo otro contingente de
disidentes, provenientes principalmente de la sierra, aunque no exclusivamente
indios, que encontraron en la selva central una zona de refugio ideal para
esconderse de las autoridades. Para mediados del siglo XVIII, estos grupos no
controlados tenían una población que sumaba probablemente varios miles.
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