lunes, 18 de junio de 2012

SOMOS FRANCISCANOS


SOMOS FRANCISCANOS

La orden religiosa de los franciscanos llegó al Perú poco después de la muerte de Atahualpa, aunque fue en Quito (1533) donde se construyó el primer convento. El primer franciscano que pisó tierras peruanas fue fray Marcos de Niza, y poco después llegaron los padres Jodocko Ricke (nombrado Custodio para el Perú), Pedro Gosseal y Pedro Rodeñas.
Estos frailes dedicaron grandes esfuerzos en la evangelización de los indígenas de estas tierras. Ricke, además de enseñar la doctrina cristiana, enseñó a los indios técnicas de agricultura (arar con bueyes, hacer yugos, arados y carretas), la manera de contar con cifras, la gramática española, a leer y escribir, el arte de tocar instrumentos musicales de viento y cuerda, y otros oficios.
En Lima se construyó el segundo convento de la orden. Poco antes, hacia 1548, los franciscanos también se habían implantado en Trujillo y Cuzco. En 1542 llegó al Perú una expedición de franciscanos, conformada por doce frailes, lo cual dio origen al nombre de la provincia peruana: de los Doce Apóstoles. Los miembros de la orden franciscana se dedicaron más que nada a las misiones populares, conviviendo prácticamente con los indios y buscando transmitirles con su ejemplo la enseñanza cristiana. Esto originó también una serie de iniciativas orientadas a inculcar la fe cristiana entre los pueblos aborígenes. Entre estos intentos cabe destacar la obra de fray Luis Jerónimo de Oré, autor del Símbolo católico indiano (1588), que incluye además una gramática en quechua y aymara, una descripción geográfica del Perú e informaciones sobre las antiguas costumbres prehispánicas. Oré es también autor de un ritual de oraciones en lenguas nativas.
La zona donde Juan Santos empezó su levantamiento tiene una importancia particular. El Gran Pajonal, ubicado en Tarma, en la selva central, fue un centro de misioneros franciscanos dedicados a evangelizar a las etnias selváticas, así como también de algunos buscadores de oro. En esta región y durante esa época se descubrieron grandes depósitos de sal, que fueron rápidamente explotados por los españoles, utilizando la fuerza de trabajo de la zona, con los conocidos maltratos de la mita colonial. También hay referencias de maltratos por parte de los misioneros franciscanos y sus rígidas reglas, que además no hacían nada contra los abusos de los empresarios de la sal. Otro factor de descontento fueron las enfermedades que traían y que diezmaban a la población aborigen.
Hacia mediados del siglo XVIII los franciscanos habían logrado establecer unas 32 misiones de trescientos habitantes cada una: en total unas nueve mil personas. Otro dato importante es que la selva central fue una zona de constante intercambio de productos y de personas. Principalmente coca, frutas, madera, sal, algodón y otros productos valiosos. La movilización de personas de diferentes orígenes se intensificó, ya que los misioneros y terratenientes llevaban consigo sirvientes y trabajadores serranos, negros y mestizos. Además de estos grupos controlados, hubo otro contingente de disidentes, provenientes principalmente de la sierra, aunque no exclusivamente indios, que encontraron en la selva central una zona de refugio ideal para esconderse de las autoridades. Para mediados del siglo XVIII, estos grupos no controlados tenían una población que sumaba probablemente varios miles.







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